Hace exactamente cuatro siglos el universo cambió para siempre, o al menos la percepción que el hombre tenía de él. La primera vez en la historia que se observaron otros mundos (los satélites de Jupiter, Venus y la Luna), por parte de Galileo, y la contemporánea publicación de las leyes fundamentales que rigen el movimiento de planetas, por parte de Johannes Kepler, marcaron el amanecer de una nueva era para la astronomía. Aun así, definir al matemático alemán como una de las principales figuras científicas de la historia probablemente no es suficiente para alguien que, por aquellos tiempos, había logrado establecer la posición exacta de los planetas desde un punto de vista puramente teórico. La perspicacia científica de Kepler fue tan innovadora para la época que fue uno de los primeros en comprender que las observaciones realizadas por Galileo podían barrer siglos de estériles debates científicos. Y aunque nunca tuvo un telescopio, rindió homenaje al invento del gran científico italiano con estas palabras: «Oh tú, sabio tubo, más valioso que cualquier cetro. Quién te empuña pasa a ser el rey y señor de las obras divinas!».

Photo: NASA
Para la NASA por lo tanto llegó el momento de homenajear a este ilustre profeta de la astronomía moderna con un telescopio espacial, precisamente en plena celebración de la gran revolución científica y social que le vio entre los protagonistas. La misión Kepler, realizada en el marco del programa de pequeñas misiones científicas de la agencia espacial norteamericana, es la primera enteramente dedicada a la búsqueda de planetas extrasolares rocosos, es decir similares a la Tierra y que orbitan alrededor de estrellas lejanas del tipo Sol. Su tarea es observar continuamente unas cien mil estrellas de magnitud no superior a 16, en una región de la Vía Láctea incluida entre las constelaciones del Cisne y de la Lira. El satélite fue lanzado con éxito el pasado 6 de marzo utilizando un cohete Delta 2 de la base norteamericana de Cabo Cañaveral y se estima que su tiempo de vida es de cerca de cuatro años, con una posible extensión de otros dos. Según previsión el vehículo alcanzó su posición preestablecida y en este momento se encuentra flotando en el espacio, en una órbita similar a la de la Tierra que le permitirá evitar las ocultaciones por parte de nuestro planeta y la Luna. Kepler está dotado de un telescopio de poco menos de un metro de diámetro y un campo de visión muy amplio (105 grados cuadrados); los 42 detectores CCD utilizados para recolectar los fotones emitidos por las cien mil estrellas de la muestra presentan un total de 95 mega pixels, una sensibilidad necesaria para detectar las periódicas disminuciones de su luminosidad. Estas variaciones son el indicio del tránsito de un planeta ante la estrella que, de esa manera, es eclipsada y parcialmente ensombrecida. Sin embargo, considerando las enormes distancias de estos objetos y las reducidas dimensiones de un planeta respecto a su estrella madre, estudiar estos fenómenos es como observar un faro en la lejanía alrededor de la cual vuela una mariposa nocturna. Para poder llevar a cabo la difícil empresa, además de una sensibilidad extraordinaria, es necesario disponer de un número estadísticamente elevado de observaciones ininterrumpidas, una condición viable solamente desde el espacio a causa de los movimientos de revolución y rotación de la Tierra.
La NASA asegura que Kepler será capaz de escrutar las proximidades del Sistema Solar y revelar la existencia de cientos de planetas terrestres localizados dentro de la «zona habitable» – es decir, a una distancia de la estrella madre que permita la formación de agua líquida en una superficie rocosa -, potencialmente capaces de albergar vida celular. Por otro lado, según Michael Bicay, director científico de la Ames Research Center la NASA en California, “un resultado negativo sería tan importante como uno positivo a la hora de encontrar otros planetas”. En el caso de que Kepler no revelera ningun rastro acerca de la existencia de vida extraterrestre querría decir que los mundos como el nuestro son raros y que tal vez estemos solos en el Universo. De hecho, los datos que serán recogidos por el satélite proporcionarán una gran cantidad de información sobre las propiedades físicas de los astros observados, ingredientes fundamentales para el estudio de la evolución estelar y de la estructura galáctica, y por lo tanto de nuestro sistema planetario.
Kepler también representa la respuesta norteamericana a COROT – su homólogo francés construido en colaboración con la ESA – que hace un mes fue protagonista de las crónicas científicas por haber descubierto el primer exoplaneta rocoso, COROT-exo-7b. Las expectativas, en definitiva, son muchas y los astrónomos esperan poder anunciar en un futuro próximo el descubrimiento de objetos capaces de sostener un ecosistema vivo.
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