
Photo: NASA
Cuando pensamos en un viaje espacial difícilmente nos preguntamos sobre cuáles son los peligros que encontraríamos en un ambiente extraterrestre o si puede tener consecuencias para nuestra salud o incluso cómo sobreviviríamos allí fuera. Efectivamente salir al espacio conlleva toda una serie de complicaciones que las agencias espaciales deben tener en cuenta cada vez que planean lanzar una nueva misión tripulada ya que proteger a los astronautas es su principal preocupación. De toda la radiación (o luz) presente en el Cosmos y producida por estrellas, galaxias y otros cuerpos celestes, seguramente los rayos X y rayos gamma, los de más altas energías, son los que más afectarían nuestra existencia. Afortunadamente la atmósfera terrestre actúa de escudo protector, absorbiéndolos y preservando cualquier forma de vida en la Tierra.
Sin embargo, estos rayos y las partículas contenidas en los cinturones de Van Allen representan sólo algunos de los peligros existentes más allá de la superficie terrestre. El tipo de radiación más dañina para los astronautas, de hecho, son los rayos cósmicos galácticos (Galactic Cosmic Rays o GCR, por sus siglas en inglés), núcleos atómicos acelerados por supernovas lejanas a una velocidad próxima a la de la luz. Debido a su alta velocidad, masa y carga eléctrica positiva los GCRs pueden provocar tumores, alteraciones genéticas, daños al sistema nervioso central y otras enfermedades a cualquier ser vivente que viaje al espacio.
A día de hoy no existe material capaz de detener completamente estas partículas. Además, puesto que las futuras misiones a la Luna y a Marte para implantar colonias prevén estancias mínimas de 6 y 18 meses para los astronautas, respectivamente, entender el peligro que estas pueden causar a los tejidos humanos se está convirtiendo en una de las principales preocupaciones de las agencias espaciales. Por esa razón tanto la NASA como la ESA están llevando a cabo investigaciones para estudiar el fenómeno y proteger a todo viajero del espacio. Incluso algunos habitantes de la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés) llevan puestos en sus trajes sensores para registrar la exposición a la radiación total.
Actualmente la NASA tiene previsto invertir más de 28 millones de dólares para el estudio del riesgo de carcinogénesis y del sistema nervioso central en vuelos espaciales tripulados, desarrollando tecnologías para mejorar la salud y el rendimiento de los astronautas durante la exploración del espacio. Uno de estos experimentos, el Phantom Torso (o Torso de Fantasma), está formado por un torso de maniquí sin piernas ni brazos. Dicho ‘Fantasma’ – que acaba de regresar a la Tierra después haber pasado cuatro meses en la ISS – está hecho de un plástico especial que imita fielmente la forma y la densidad del cuerpo humano y está repleto de sensores, cada uno de los cuales mide la dosis de radiación acumulada en un punto concreto del cuerpo durante el transcurso de su estancia en el espacio.
El análisis de los datos recolectados por el Fantasma, según los expertos, tendrá importantes implicaciones en los planes para enviar personas a Marte, aunque aseguran que el objetivo no es solamente finalizar con éxito las misiones sino también preservar la salud de los astronautas durante el resto de su vida.