Desde que el problema del cambio climático se ha convertido en uno de los temas científicos más cotizados por la prensa mundial, la geoingeniería – la ciencia que se dedica a la aplicación de la tecnología con el propósito de influenciar en las propiedades globales de nuestro planeta – se ha convertido en el «Plan B» de muchos políticos y empresarios, con el objetivo de no tener que reducir las emisiones de dióxido de carbono como residuo de la actividad humana. No obstante, manipular el planeta no es la solución para el calentamiento global.
Hasta la fecha varios proyectos de geoingeniería han sido propuestos para dar soluciones al problema del cambio climático, pero todos ellos se han revelado inviables desde un punto de vista tanto económico como tecnológico. Un ejemplo consiste en poner en órita alrededor de la Tierra una especie de «parasol espacial» capaz de crear zonas de sombras y reducir así la cantidad de fotones transportados por la luz solar hasta el suelo terrestre.
Este escenario recuerda mucho un capítulo de los Simpsons (con título Quién disparó al Sr. Burns) en el que el malo de la serie animada conseguía bloquear, precisamente gracias a un escudo gigante, la cantidad de luz solar sobre la ciudad de Springfield para que sus habitantes consumiesen más electricidad que él mismo producía. Y como ocurre a menudo, la imaginación de los creadores de la serie animada no se aleja mucho de la realidad, pues esta opción es a día de hoy una de las más aceptadas en la comunidad de científicos.
Un propuesta similar prevé esparcer partículas de sulfatos en la atmósfera superior para crear una niebla capaz de reflejar parte de la radiación solar, sin que ésta llegue a la Tierra con toda su intensidad.
Sin embargo, estos y otros enfoques de la geoingeniería actual se han revelado insuficiente para luchar, por ejemplo, contra la subida del nivel del mar. Tan solo adoptando uno de estos sistemas podríamos reducir la energía solar entrante en cerca de 4.1 vatios por metro cuadrado de superficie, algo insuficiente para compensar el calentamiento de la atmósfera causado por la acumulación de dióxido de carbono en los próximos 60 años.
Uno de los problemas fundamentales es que los niveles del mar responden lentamente a los cambios en la temperatura de la Tierra, por lo cual es prácticamente imposible frenar al instante estos desequilibrios naturales. Y aunque fueramos capaces de reducir la incidencia de hasta 4 vatios con un parasol en el espacio, asumiendo el modelo de consumos y emisiones de gases actual solamente conseguirí amos que en lugar de subir 100 centimetros el nivel del mar aumentaría de unos 39 centímetros, algo igualmente insostenible para el equilibrio de nuestro planeta.
Esto apunta a que la geoingeniería tiene simplemente un efecto menor sobre la elevación del nivel del mar y que reducir las emisiones de gases de efecto invernadero seguramente tendrá un impacto mucho mayor. Cualquier medida que no reduzca la cantidad de dióxido de carbono presente en la atmósfera tendría el mismo efecto que esconder en vez de realmente resolver el problema. Y aunque suponiendo que estas obras puedan ser consideradas como una opción válida para los problemas climáticos actuales, análisis económicos han demostrado que la geoingeniería representa una de las tantas métodos que pronto caerán en el olvido.
En suma, la campaña llevada a cabo por los partidarios de las grandes obras de geoingeniería como solución a los problemas de nuestro planeta en lugar de aplicar una política «agresiva» de reducciones de las emisiones de dióxido de carbono parece definitivamente haber fracasado.
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