A falta de poco más de un mes para celebrar el 40 aniversario del primer alunizaje, el hombre vuelve a la Luna y esta vez lo hace de forma robótica. Desde la estación espacial de Cabo Cañaveral, mañana jueves la NASA lanzará a bordo de un único cohete Atlas V – tal como ocurrió el mes pasado con los satélites Herschel y Planck de la ESA – las sondas espaciales Lunar Reconnaissance Orbiter (LRO) y Lunar CRater Observation and Sensing Satellite (LCROSS). Así pues, de todos los objetos del Sistema Solar volvemos la mirada una y otra vez a la Luna, el objeto más brillante del cielo nocturno y único satélite natural de nuestro planeta.
Desde la última vez que el hombre dejó una huella en la superficie lunar, muy pocas han sido las misiones que han seguido interesadas en sus arenas selénicas. No obstante, tras el anuncio del ex-presidente George W. Bush en enero de 2004 acerca de la importancia de construir colonias lunares, las sondas LRO y LCROSS representan hoy día el símbolo del renovado interés norteamericano por la conquista de nuevos territorios.
La misión LRO pretende hacer una radiografia del subsuelo lunar y buscar posibles lugares seguros para futuros alunizajes, preparando el regreso de los astronautas a la Luna. El vehículo tardará unos cuatro días en alcanzar la meta y, a partir de entonces, se pondrá en órbita a su alrededor a una altura de unos 50 kilómetros. Desde allí también llevará a cabo investigaciones para estudiar los efectos de la radiación cósmica en el ambiente lunar a la que serían expuestos los astronautas, empleando un plástico especial capaz de simular los tejidos del cuerpo humano. Además, gracias a un mapeado en 3-D de la superficie lunar a través de instrumentos que trabajan en el rango ultravioleta, LRO podrá localizar potenciales recursos naturales con particular atención a la posibilidad de hallar agua en forma de hielo.
Asimismo, la que se está convirtiendo en una verdadera obsesión para la comunidad de expertos en planetas solares y extrasolares, representa también el reto principal de su compañero de viaje, LCROSS, que llevará al espacio un misil destinado a bombardear un cráter polar de la Luna, adyacente a su cara permanentemente oscura. El impacto eyectará material de su superficie al espacio creando un penacho de polvo que perduraría durante unos días esparcido en la “atmósfera” lunar. Sólo entonces LCROSS será dirigido hacia el material liberado por la explosión para recolectar medidas acerca de su composición y que serán transmitidas directamente a las estaciones terrestres antes de que la nave espacial se estrelle contra el suelo. De esa manera se espera establecer la presencia de agua (hielo y vapor), hidrocarburos, materiales hidratados y otros recursos naturales fundamentales para el desarrollo de actividades humanas en la Luna. Según previsión el impacto será tan imponente que podrá ser observado desde la Tierra incluso con un telescopio no profesional, entre el 7 y 11 de octubre de este mismo año.
Ambas misiones representan, en definitiva, un óptimo banco de prueba para testear tecnologías, operaciones de vuelo, técnicas de exploración, reducir el riesgo y aumentar la productividad para llegar a Marte y más allá. Sin embargo, también resultan fundamentales para el proseguimiento de las actividades científicas que se ocupan de desenredar cuestiones sobre la historia de la Tierra, el Sistema Solar y el Universo y, por qué no, sobre nuestro lugar en ellos.
La Luna es nuestro vecino más próximo, situado a tan “sólo” unos cuatrocientos mil kilómetros de la Tierra. Es normal, por lo tanto, que busquemos respuestas en el mundo que nos es más familiar gracias a misiones como éstas que no representan otra cosa que un peldaño más en la larga escalada para conocer nuestros propios orígenes o, en otras palabras, “Un pequeño paso para un hombre pero un gran salto para la humanidad”.
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