
Photo: Andreassen
Cualquiera que a principios de otoño o de primavera decida pasar unos días en Alaska, en Noruega o incluso en la Antártida y levante sus ojos al cielo en una noche serena podrá observar uno de los espectáculos más bellos de la naturaleza: una aurora polar. Estos fenómenos se manifiestan como erupciones de haces de luz y color intensos que ondulan en el cielo de ambos polos terrestres. Se habla, por lo tanto, de aurora boreal o australdependiendo del hemisferio en el que se observan. El término «aurora borealis» fue acuñado en 1619 por Galileo Galilei que se inspiró en la diosa romana del Alba. Efectivamente, según la etimología latina el término «aurora» significa precisamente la primera luz, el resplandor que aparece a Oriente antes del nacimiento del Sol. No obstante, Galileo interpretò el fenómeno de forma equivocada, pues creía que era luz solar reflejada por la atmósfera.
Desde épocas remotas las auroras han representado un fuerte impulso tanto para el folklore como para el arte y la religión de los pueblos nórdicos. A día de hoy, existen aún muchas creencias sobre ellas y sobre su vínculo con el mundo del más allá.
Científicamente hablando, hasta hace poco se pensaba que estas nubes de colores producidas en el hemisferio norte eran imágenes especulares de las que se manifiestan en el hemisferio sur. Sin embargo dos científicos de la Universidad de Bergen, en Noruega, han publicado en la revista Nature de esta semana un trabajo que muestra la asimetría en la distribución de intensidad de las auroras.
Pero ¿cómo se forman estas erupciones espectaculares de colores que iluminan las largas noches polares? En la superficie del Sol las temperaturas son tan altas que su calor acelera las partículas cargadas y más energéticas, dejando que huyan de la gravedad de la estrella para volar hacia el espacio exterior. De esa manera se forma un flujo de protones y electrones – o viento solar – que invade todos los planetas del Sistema Solar e interactúa con sus atmósferas (como ocurre, por ejemplo, en el caso de Júpiter y Saturno).

Photo: NASA/ESA
En las proximidades de la Tierra dichas partículas, tras seguir las líneas del campo magnético terrestre, chocan con las moléculas de oxígeno y nitrógeno que componen la atmósfera del planeta. La energía liberada por las colisiones se difunde en forma de luz visible a diferentes longitudes de onda, generando espectaculares fluorescencias típicas de una aurora polar.
Sin embargo, ya que la intensa actividad de la superficie solar puede aumentar la presión del viento las colisiones pueden llegar a producirse a la altura del ecuador geomagnético (tal como ocurrió en 1909, cuando llegó a observarse una en Singapur) y hasta durar unos días. Desgraciadamente, debido a la baja actividad solar de las últimas épocas habrá que desplazarse hasta latitudes polares para disfrutar de esta inigualable visión.
[…] hablé sobre el fenómeno de las auroras polares, sobre cómo se forman estas erupciones espectaculares de colores que iluminan las largas noches […]
[…] embargo, observadas desde la ISS, auroras también son muy espectaculares (sobre todo si el video es acompañado con música de Brian […]